Caminaba con aire ausente por la orilla del río, cada cierto tiempo se paraba, recogía una piedra del suelo, mientras la acariciaba con sus dedos sus ojos escudriñaba el cauce del río, buscando una diana invisible, sin previo aviso lanzaba la piedra hacía un destino calculado, después, se quedaba mirando las ondas creadas, durante un mínimo instante, destruidas por el discurrir del agua, atrapadas por el devenir del destino de todos los ríos, llegar al mar. Tras esto, continuaba andando, repitiendo este comportamiento a lo largo de todo el día, todos los días, desde que lo conocía.
Lo llamaban loco y no les faltaba razón.
Solo es un loco mas.